miércoles, 2 de mayo de 2012

El campo del soldado de Stalingrado

Existe ya la tradición de destruir, en el aniversario de la Victoria sobre el nazismo, monumentos a los soldados soviéticos que perecieron en la guerra contra Hitler. Es curioso que ella naciera en antiguas repúblicas de la URSS, hoy Estados independientes, cuyos habitantes combatieron al agresor, como ciudadanos de la Unión Soviética. 

El 19 de abril de 2012, el parlamento de la ciudad de Turk, de la parte Occidental de Ucrania, decidió derrumbar el monumento al soldado soviético. En febrero de 2012, en Batumi, Georgia, no obstante las innumerables protestas de los habitantes de la ciudad, fue desmontado el monumento al soldado soviético.

El 19 de diciembre de 2009, en la ciudad georgiana de Kutaísi, las autoridades dinamitaron el Memorial de las glorias militares, levantado para recordar a los georgianos que ofrendaron su vida en la guerra contra los nazis. 

Esto se parece mucho a como, los extremistas libios “democráticos”, destrozaban las lápidas de las tumbas de los soldados británicos, que perecieron en el Norte de África, durante la II Guerra Mundial. 

Marcha de veteranos letones de las Waffen-SS
En Letonia y Estonia, o sea, en Estados miembros de la culta Unión Europea, tampoco muestran gran respeto por los monumentos a los soldados soviéticos ni por sus tumbas. Además que allí son ya habituales los desfiles de los veteranos de las Waffen SS, en los que, incluso, participan diputados de los parlamentos de esos países. No existe la estadística de cuánta pintura ha sido arrojada sobre las tumbas de los soldados soviéticos ni de cuantas lápidas han sido ultrajadas en las repúblicas exsoviéticas del Báltico. 

Valga aquí llamar la atención en un detalle importante, que muchos políticos de las exrepúblicas soviéticas se afanan, tozudamente, en pasar por alto: no era en absoluto obligatorio, para combatir a los comunistas por la independencia del país, jurar fidelidad a los nazis, a no ser que compartieran las ideas y los métodos de Adolfo Hitler. 

Un París ocupado por las tropas nazis
Cuando Francia fue ocupada por los hitlerianos, el general del ejército zarista Anton Denikin, uno de los jefes militares que combatió a los bolcheviques durante la guerra civil, después de la revolución de 1917 en Rusia, tuvo la dignidad y el coraje personal suficiente para rechazar la propuesta de los nazis de colaboración, aunque tenía razones más que suficientes para odiar a los comunistas. 

Los actuales alemanes tienen que pedir perdón por la barbarie del régimen nazi que llevó a la muerte a millones de seres, aunque ellos crecieron en la nueva Alemania, en la que está legalmente proscrita toda propaganda de esa ideología totalitaria y destructora. 

En las calles de Berlín es simplemente inconcebible imaginarse un desfile de veteranos de las SS, y los alemanes no combaten a las tumbas de los soldados, por el contrario, se preocupan de ellas, a veces mejor que lo que ocurre en Rusia misma. 

¿Existe odio en Rusia hacia los alemanes, después de aquella cruenta que se cobró la vida de treinta millones de soviéticos? 

Pese a las penurias, en Leningrado se respeto la cultura alemana
A esta pregunta respondieron los músicos rusos ya durante la guerra, en Leningrado bloqueado, cuando en la ciudad que sufría hambre, en las frías salas de concierto interpretaban la música de Beethoven, cuando cuidaban las raras ediciones de Schiller y de Goethe, prefiriendo congelarse antes que arrojar las obras de los clásicos mundiales al fogón, para entibiarse de alguna manera, en el invierno ruso implacable, en la ciudad situada por los nazis. 

Una anciana, cuya familia había perecido toda bajo los bombardeos de la Luftwaffe me contaba como, durante la guerra, entre las ruinas de la ciudad rusa en la que vivía, cuando era difícil encontrar alimento, compartía la comida de los soldados alemanes prisioneros. 

Una historia curiosa me contaba un ucraniano conocido, quien siendo niño fue lleva a Alemania durante la guerra donde trabajaba en una fábrica subterránea. Los soldados alemanes instalados en las torres de guardia se daban vuelta y aparentaban no ver como los niños cruzaban las cercas de alambre de púas, dándoles así la posibilidad de canjear por chocolate y galletas, con los soldados norteamericanos y británicos prisioneros, las manzanas del huerto que servía de camuflaje para esa fábrica militar. 

Una habitante de Bielorrusia ocupada recordaba como soldados alemanes traían en secreto medicamentos para su hijo gravemente enfermo, con lo que le salvaron la vida, aunque todos sus familiares fueron asesinados por las unidades punitivas de las SS. 

La guerra no exterminó lo principal, el sentido humano, y los dos pueblos tuvieron la sabiduría de discernir los conceptos “nazismo” y “alemanes”, “bolchevismo” y “rusos”, lo que, al parecer no logran hacer hasta ahora algunos políticos en Estados que integraban antes la Unión Soviética. 

A nadie sorprende que el director ruso Alexander Sokurov, por la adaptación cinematográfica de “Fausto”, de Goethe, es más, en alemán, fuera distinguido con el León de Oro, en el Festival de Venecia. 

En las décadas del ochenta y del noventa del siglo pasado, los alemanes Tomas Anders y Diter Bolen devinieron más populares que Lenin, y los músicos alemanes del Scorpions, al igual que los legendarios Accept son considerados en Rusia como “propios”. 

¡La Madre Patria Llama!
En la infancia, en Volgogrado (antigua Stalingrado) causó enorme impresión en mí la gigantesca estatua que se eleva sobre el Volga de la Madre Patria con la espada en alto, y el pequeño memorial a la entrada de la ciudad, el Campo del Soldado. 

Una vez terminados los combates, la gente estuvo por años retirando del campo fragmentos, trozos, esquirlas de proyectiles, de bombas, de armas rusas y alemanas para, más tarde, reunir todo ese arsenal en una composición escultórica, en un monumento. Seguramente es así como se ve la Muerte solidificada en el metal deforme, la muerte que no fue indulgente ni con alemanes ni con rusos en aquella batalla que, como resultado, decidió el desenlace de la guerra. 

Stalingrado fue un verdadero purgatorio que encarnó, en una variante condensada, todas las nociones de la guerra. Los habitantes de Stalingrado cavaban, ateridos de frío, las fosas para soldados alemanes y soviéticos. Los muertos reposaban uno al lado de otro. 

En la canción titulada “Stalingrado” de reciente aparición, del conjunto alemán Accept, se entonan estas líneas: 

Dos soldados perecen, languidece la luz y los cuerpos descienden. 
Ya no son más soldados ni recibirán la orden de matar al enemigo 
Juntos en el dolor común se convirtieron hermanos de sangre... 
“Perdonar” no significa en absoluto “olvidar”. Significa no generar el mal. 

En nuestro Stalingrado está condenado, tarde o temprano, todo agresor, por más hermosas que sean las definiciones con que camufle sus acciones, cuya esencia es, la guerra, la sangre y la destrucción. Esto no hay que olvidar. Las lecciones de Stalingrado conservan hoy su vigencia. 

Y combatir a los muertos es simplemente indigno, más aun cuando la guerra fue declarada por los descendientes de aquellos cuyo territorio liberaron de los nazis los soldados soviéticos que perecieron en los combates. Ellos también querían vivir, pero no se lo permitieron.

2 comentarios:

  1. No había visto este post Daniil.

    Excelente !!!!.

    Estoy totalmente de acuerdo con tus palabras.

    Me impresiona ese monumento. Espero conocerlo en persona algún día.

    Gustavo

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  2. Por favor Daniil, agrega en el blog la opción de seguirlo por email (como en los demás que posees).

    Me es mas facil así poder seguir tus interesantes post.

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