Existe ya la tradición de destruir, en el aniversario
de la Victoria sobre el nazismo, monumentos a los soldados soviéticos que
perecieron en la guerra contra Hitler.
Es curioso que ella naciera en antiguas repúblicas de la URSS, hoy
Estados independientes, cuyos habitantes combatieron al agresor, como ciudadanos
de la Unión Soviética.
El 19 de abril de 2012, el parlamento de la ciudad de Turk, de la
parte Occidental de Ucrania, decidió derrumbar el monumento al soldado
soviético. En febrero de 2012, en Batumi, Georgia, no obstante las innumerables
protestas de los habitantes de la ciudad, fue desmontado el monumento al soldado
soviético.
El 19 de diciembre de 2009, en la ciudad georgiana de Kutaísi, las
autoridades dinamitaron el Memorial de las glorias militares, levantado para
recordar a los georgianos que ofrendaron su vida en la guerra contra los
nazis.
Esto se parece mucho a como, los extremistas libios
“democráticos”, destrozaban las lápidas de las tumbas de los soldados
británicos, que perecieron en el Norte de África, durante la II Guerra
Mundial.
Marcha de veteranos letones de las Waffen-SS |
En Letonia y Estonia, o sea, en Estados miembros de la culta Unión
Europea, tampoco muestran gran respeto por los monumentos a los soldados
soviéticos ni por sus tumbas. Además que allí son ya habituales los desfiles de
los veteranos de las Waffen SS, en los que, incluso, participan diputados de los
parlamentos de esos países. No existe la estadística de cuánta pintura ha sido
arrojada sobre las tumbas de los soldados soviéticos ni de cuantas lápidas han
sido ultrajadas en las repúblicas exsoviéticas del Báltico.
Valga aquí llamar la atención en un detalle importante, que muchos
políticos de las exrepúblicas soviéticas se afanan, tozudamente, en pasar por
alto: no era en absoluto obligatorio, para combatir a los comunistas por la
independencia del país, jurar fidelidad a los nazis, a no ser que compartieran
las ideas y los métodos de Adolfo Hitler.
Un París ocupado por las tropas nazis |
Cuando Francia fue ocupada por los hitlerianos, el general del
ejército zarista Anton Denikin, uno de los jefes militares que combatió a los
bolcheviques durante la guerra civil, después de la revolución de 1917 en Rusia,
tuvo la dignidad y el coraje personal suficiente para rechazar la propuesta de
los nazis de colaboración, aunque tenía razones más que suficientes para odiar a
los comunistas.
Los actuales alemanes tienen que pedir perdón por la barbarie del
régimen nazi que llevó a la muerte a millones de seres, aunque ellos crecieron
en la nueva Alemania, en la que está legalmente proscrita toda propaganda de esa
ideología totalitaria y destructora.
En las calles de Berlín es simplemente inconcebible imaginarse un
desfile de veteranos de las SS, y los alemanes no combaten a las tumbas de los
soldados, por el contrario, se preocupan de ellas, a veces mejor que lo que
ocurre en Rusia misma.
¿Existe odio en Rusia hacia los alemanes, después de aquella
cruenta que se cobró la vida de treinta millones de soviéticos?
Pese a las penurias, en Leningrado se respeto la cultura alemana |
A esta pregunta respondieron los músicos rusos ya durante la
guerra, en Leningrado bloqueado, cuando en la ciudad que sufría hambre, en las
frías salas de concierto interpretaban la música de Beethoven, cuando cuidaban
las raras ediciones de Schiller y de Goethe, prefiriendo congelarse antes que
arrojar las obras de los clásicos mundiales al fogón, para entibiarse de alguna
manera, en el invierno ruso implacable, en la ciudad situada por los nazis.
Una anciana, cuya familia había perecido toda bajo los bombardeos
de la Luftwaffe me contaba como, durante la guerra, entre las ruinas de la
ciudad rusa en la que vivía, cuando era difícil encontrar alimento, compartía la
comida de los soldados alemanes prisioneros.
Una historia curiosa me contaba un ucraniano conocido, quien
siendo niño fue lleva a Alemania durante la guerra donde trabajaba en una
fábrica subterránea. Los soldados alemanes instalados en las torres de guardia
se daban vuelta y aparentaban no ver como los niños cruzaban las cercas de
alambre de púas, dándoles así la posibilidad de canjear por chocolate y
galletas, con los soldados norteamericanos y británicos prisioneros, las
manzanas del huerto que servía de camuflaje para esa fábrica militar.
Una habitante de Bielorrusia ocupada recordaba como soldados
alemanes traían en secreto medicamentos para su hijo gravemente enfermo, con lo
que le salvaron la vida, aunque todos sus familiares fueron asesinados por las
unidades punitivas de las SS.
La guerra no exterminó lo principal, el sentido humano, y los dos
pueblos tuvieron la sabiduría de discernir los conceptos “nazismo” y “alemanes”,
“bolchevismo” y “rusos”, lo que, al parecer no logran hacer hasta ahora algunos
políticos en Estados que integraban antes la Unión Soviética.
A nadie sorprende que el director ruso Alexander Sokurov, por la
adaptación cinematográfica de “Fausto”, de Goethe, es más, en alemán, fuera
distinguido con el León de Oro, en el Festival de Venecia.
En las décadas del ochenta y del noventa del siglo pasado, los
alemanes Tomas Anders y Diter Bolen devinieron más populares que Lenin, y los
músicos alemanes del Scorpions, al igual
que los legendarios Accept son
considerados en Rusia como “propios”.
¡La Madre Patria Llama! |
En la infancia, en Volgogrado (antigua Stalingrado) causó enorme
impresión en mí la gigantesca estatua que se eleva sobre el Volga de la Madre
Patria con la espada en alto, y el pequeño memorial a la entrada de la ciudad,
el Campo del Soldado.
Una vez terminados los combates, la gente estuvo por años
retirando del campo fragmentos, trozos, esquirlas de proyectiles, de bombas, de
armas rusas y alemanas para, más tarde, reunir todo ese arsenal en una
composición escultórica, en un monumento. Seguramente es así como se ve la
Muerte solidificada en el metal deforme, la muerte que no fue indulgente ni con
alemanes ni con rusos en aquella batalla que, como resultado, decidió el
desenlace de la guerra.
Stalingrado fue un verdadero purgatorio que encarnó, en una
variante condensada, todas las nociones de la guerra. Los habitantes de
Stalingrado cavaban, ateridos de frío, las fosas para soldados alemanes y
soviéticos. Los muertos reposaban uno al lado de otro.
En la canción titulada “Stalingrado” de reciente aparición, del
conjunto alemán Accept, se entonan estas líneas:
Dos soldados perecen, languidece la luz y los cuerpos
descienden.
Ya no son más soldados ni recibirán la orden de matar al
enemigo
Juntos en el dolor común se convirtieron hermanos de
sangre...
“Perdonar” no significa en absoluto “olvidar”. Significa no
generar el mal.
En nuestro Stalingrado está condenado, tarde o temprano, todo
agresor, por más hermosas que sean las definiciones con que camufle sus
acciones, cuya esencia es, la guerra, la sangre y la destrucción. Esto no hay
que olvidar. Las lecciones de Stalingrado conservan hoy su vigencia.
Y combatir a los muertos es simplemente indigno, más aun cuando la
guerra fue declarada por los descendientes de aquellos cuyo territorio liberaron
de los nazis los soldados soviéticos que perecieron en los combates. Ellos
también querían vivir, pero no se lo permitieron.
No había visto este post Daniil.
ResponderEliminarExcelente !!!!.
Estoy totalmente de acuerdo con tus palabras.
Me impresiona ese monumento. Espero conocerlo en persona algún día.
Gustavo
Por favor Daniil, agrega en el blog la opción de seguirlo por email (como en los demás que posees).
ResponderEliminarMe es mas facil así poder seguir tus interesantes post.